Soñar

Soñar en Cuba es fácil, no hay ni siquiera dormir. Muchas veces me he quedado dormido de pie esperando una guagua en el calor de la tarde. Poco a poco los ruidos y las griterías del pueblo se van achicando y alejándose de mi, el calor del día me abraza como una amante lánguida al amanecer.

Casi siempre esos sueños, a contraste con los nocturnos son muy acudidos. No es extraño que me encuentre con Gloria, la prietecita oriental cuya facha inocente ocultaba un espíritu aventurero inigualable. O Martica, la prima de Carlos, rubia de ojos azules, que es hasta ahora uno de los amores mas físicamente exóticos que tenido, ya que mi pasado esta cubierto en trigueñas de ojos negros.

Y no es solo mujeres las que siembran mis sueños diurnos. Jorge el enano me visita de vez en cuando, siempre con una botella de ron en la mano y una sonrisa amarga en la cara. Y ver a Ignacio el medico siempre siempre es preludio que el sueño va a acabar mal, con noticia de muerte o de enfermedad grave.

Pero sin dudas lo que mas puebla mis sueños es la comida. Tres bolas de helado, naranja y piña naturalmente. Un plato de congrí con carne de puerco. Arroz con bacalao. Tasajo y boniato. Tamal en cazuela. Harina con camarones. Es una avalancha de sabores y olores, recordados de no se donde, porque ni me acuerdo cuando fue que gusté ninguno de esos sabores. Uno tras otros los platos desfilan frente a mi, fajándose por posición con los reflejos de amores pasados.

Y siempre, bueno casi siempre, los amores ganan.